miércoles, 27 de octubre de 2010

AMARANTA GUEVARA

Muñeca rota









Niña del alba,
las sucias garras  buscan
tu blancura
para teñirla de rojo.
Niña del barro,
tu piel se patina
entre las manos perversas.
Niña del agua,
los juncos y las algas
tu cuna forzada.
Niña del aire,
amordazaron hasta ahogar
tu boca de almíbar.
Niña del fuego,
tu alma solloza
en los callejones oscuros.
Cabellos sucios,
ropas rasgadas,
muñecas lastimadas,
mejillas de cera.
Ojos espantosamente abiertos
miran el infinito.
Han arrancado a la virgen
de tu cuerpo
y la bestialidad sigue suelta
y tú bajo tierra
o entre tierra
o entre nada.
Tantas madres lloran,
buscan,
imploran,
esperan
una respuesta.
Es un doble castigo no saber
aunque muerta,
dónde yace su frágil criatura.
Niña pequeña,
princesa,
regalo de un día.

Oxímoron


















Enfrentar el caracol de hierro.
Abarcar cada peldaño,
apropiárselo por completo.
Sin voltear jamás,
exprimirse en cada ascenso
cual uvas negras
en la boca sedienta de una mujer que gime.
Dar lo mejor del paso: amor, ilusión, vida.
Dejar el traje-cesto
con su perfume húmedo
como ropa vieja.
Seguir con lo esencial.
No guardarse nada
de tanto dar y dar.
Y desde la cabeza de la serpiente,
arrojar el ancla espiralada
y disolver el sueño de ser dioses,
alimentar la realidad de ser hombres
y comprometer la vida con la vida.
Desde la altura
todo es tan diáfano.
Un frío en los ojos desprende lágrimas
y humedece el paisaje.
Nada es tan como debiera
en el primer escalón de la escalera
o cada peldaño, tal vez, tenga su sino
y las exigencias sobren
como las apuestas vanas a un tiempo
que todavía no es…
está siendo.
Todo está en construcción.
La vida es un oxímoron.

Ojos del desierto








Ojos viciados de moscas,
refulgentes de hambre.
Colapsa, la vida toda, en la mirada.
Tiene los días contados, el parpadeo.
Ni un egoísmo, ni un miedo
inquietan esos soles apagados
de inocencia hurtada a destajo.
Nada en ellos la nada
porque nada ha sido su vida
y lo será menos, su muerte.
Ojos de agua turbia, de musgo sin tiempo
y de sueños gatillados.
La esperanza de salvarles la mirada
en el desierto del abandono, se deshidrata.
En el horizonte se enquistan mi pestañeo anulado,
mis paradojas y miedos: locura estallada.
Y huyo del desaliento y de la umbría,
de la sal de un desierto de pieles-plegarias,
de papiros humanos.
Bajo la alta palmera de la pena,
en un oasis inventado,
mi corazón se desangra,
y la tierra seca bebe deseperada
la ritualidad de mi angustia.
Un viento seco me impacta al oído
un himno sin gloria,
una confesión quebrada:
“Luz y sombra, dicha y pena.”


Amaranta Guevara nació en 1968 en Punta Alta, escribe diversos poemas y cuentos terapéuticos.
Asiste al taller "De la lectura a la escritura" de Leticia Marconi.
Es profesora de Castellano y literatura. Está actualmente estudiando Acompañante Terapeútico. Este año se recibe en lenguaje de señas. Se encuentra en facebook y su blog, un poco olvidado, confiesa la escritora: http://www.degozosydesombras.blogspot.com/

 

2 comentarios:

  1. Amaranta: que buenas letras que compartiste aca. Apuntas directo y soltas la flecha, eh. Me gustaron mucho los tres poemas.
    Saludos!

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  2. Un gusto leer tu poesía profunda y apasionada.
    Un abrazo.

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