viernes, 29 de julio de 2011

ANA PAULA, 5to B


El Polaco

Miré al techo mientras pequeños rayos de una luz fría y matinal se colaban por las hendijas de las celosías, el reloj marcaba las 6 de la mañana, y la última imagen que mi mente recordaba sobre él, era con sus pequeñas agujas fosforescentes que marcaban las 4:00 AM, solo dos horas de sueño, en las que esos presentimientos extraños que últimamente me acechaban, dieron tregua y desaparecieron. El ruido del camión de la basura me saco de mis cavilaciones, si no me apuraba perdía el colectivo y llegaba tarde a clase. Me vestí con prisa y como no había tiempo para un café corrí al baño a terminar de arreglarme, mientras me lavaba los dientes algo en los ojos comenzó a molestarme; los cerré bien fuerte y al hacerlo un mareo recorrió todo mi cuerpo, sin embargo pude atinar a agarrarme del barral donde se encontraban las toallas y evitar mi caída. Aturdido por el acontecimiento salí de casa apurado  llegue a la parada del colectivo, segundos antes de que este pasara. Bien, no llegaría tarde. Para total sorpresa, a diferencia de todos los días, el colectivo no estaba lleno, es más, ese día era el único pasajero. Buque un asiento y me deje caer en él, dormido y con la esperanza de preocupar algo de sueño en esos 45 minutos de recorrido. Desperté con la frenada del colectivo y baje en el colegio, al entrar un cartel gigante anunciaba la bienvenida de un chico que venía por un intercambio desde Polonia, me reí por dentro al imaginar al pobre desgraciado, que no entendería nada y me jure ser uno de los primeros en gastarle una broma; pensando esto fui a buscar a mis amigos.
Hacia dos horas que las clases habían comenzado y en la tercer hora teníamos clase de idioma, yo había hecho alardes de mis supuestas bromas al nuevo frente a mi novia y a mis amigos y cuando entro no perdí el tiempo y durante la siguiente hora y media me dedique a gastar en todo tipo de sentidos al aquel alumno que lo único que entendía eran las risas humillantes que yo provocaba en mis compañeros. Al terminar la hora y salir hacia el salón sentí que alguien me miraba: al darme vuelta vi que el nuevo no me quitaba de encima su mirada gélida, mientras pronunciaba palabras ininteligibles hacia mí;  -Cuidado, a ver si este te “engualicha”- recuerdo que oi decir a un amigo y con ese comentario, nos fuimos sin poder parar de reírnos.
Al otro día desperté con algo más de tiempo, y con la sensación extraña de que ese día pasaba algo diferente. Afuera hacia un día gris y peleándole al viento camine hacia la parada. El colectivo no tardo en venir, esta vez atestado de gente; subí, pagué y al mirar en busca de un asiento me di cuenta de algo: nadie en ese colectivo me era familiar; no estaban los mellizos rubios con su rubia madre, ni ese señor mayor con olor a vino barato o la chica joven, vestida de oficinista. Nunca había visto a nadie en ese colectivo, me entro pánico de haberme equivocado y quise bajar, pero nadie se movió de su lugar, permitiéndome llegar a la puerta y mis gritos al chofer parecían perderse antes de llegar a él; resignado me deje vencer por ese tumulto de gente hasta que llegue a mi destino. Al bajar sentí algo raro  sentí algo raro y mientras pensaba en ese extraño colectivo, entre al edificio. Algo había cambiado, no podía reconocer que hasta que lo vi, el estúpido cartel de bienvenida del día anterior lucia con otros colores y en un idioma que supuse, debía ser polaco. No entendí el sentido de aquello, pero en ese instante vinieron a mi mente los momentos del día anterior, y me dirigí a mi aula pensando rápidas bromas; la clase de idioma era la primera ese día, y el nuevo no iba a salvarse. Me asome al aula y vi a mis amigos riéndose, imagine que estaban especulando sobre mis bromas, mi lugar estaba vacío y el de mi novia también, ella siempre llegaba temprano y ese día no había avisado que faltaría, algo preocupado me dirigí a la salida para telefonearla y preguntarle si se encontraba bien, cuando vi que de la nada aparecía y se sentaba en su lugar, la mire, estaba hermosa, con su pelo que le caía en cascada y esa sonrisa tan propia de ella, me sentí el más afortunado del mundo, hasta que sucedió. El nuevo fue a sentarse en mi lugar, al lado de mi  novia, junto con mis amigos. Enfurecido entre como un ciclón            y le solté una catarata de insultos; el solo me miro y dijo algo en idioma desconocido que no logre entender, pero mis compañeros sí. Ellos rieron ante el comentario y mi novia lo beso, como me besaba a mi. Desesperado comencé a hablarle a cada uno de mis amigos, pero ellos se limitaban a reírse y contestarme en esa lengua desconocida. De pronto algo blanco cayó sobre mí, luego algo verde, celeste y rosa; una, dos, tres, la lluvia de tizas no paraba de caer y de repente creí comprender todo, el colectivo desconocido, el cartel de bienvenida, todo. Grite de desesperación y corrí, corrí mientras la lluvia de tizas seguía cayendo, corrí mientras las risas resonaban a mis espaldas, corrí desesperada e ilusamente, creyendo que era la única forma de salvarme de aquello. Correr, y llegar a casa.        

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