ESCALONES - ED. COLECTIVO SEMILLA, 2010. Bahía Blanca.
Abuela
Nemesia se llamaba.
Tenía más de ochenta años y su memoria la había abandonado.
Yo la quería, creo que ella
ya no lo percibía. Estaba sujeta
a la cama del hospital por lastimar
enfermeras. Tenía una pierna quebrada.
Rompía el silencio llamando
gente que no existía. Su cuerpo todavía
era fuerte y salvaje. Toda su vida
fue el campo y no soportaba
quedarse quieta. Con cinco años
fui a vivir a su casa. Ella no se entrometía
en mi vida y yo no la molestaba
(ése era nuestro pacto).
A veces, por curioso revisaba los cajones
del aparador del comedor, y ella
me preguntaba qué buscaba. "Nada"
le decía. "El que nada no se ahoga", era su respuesta
siempre.
No me acostumbro
No me acostumbro a vos. Tampoco
a los sueños cumplidos, a la felicidad. Duelen las cosquillas
al verte, las lágrimas escapando de mi cuerpo
porque no hay lugar para la tristeza.
No me acostumbro a vos. Y acá iría a parte
en donde, como en las películas me subo
a un lugar, me vuelvo épico, tomo
un grabador
y declaro no poder vivir
sin vos.
Sí, así.
Mi hermana, mi papá, mis vecinos
No creo en la suerte. El destino
-alguien lo dijo- se entreteje
irreversible y de hierro. Lo que no se ve,
lo que no sabemos que exista,
pesa sobre nosotros y nos define.
Todo nos marca. Mi hermana murió cuatro días
antes de mi nacimiento -eso fue en Bariloche-.
Por las fotos la conozco. Nunca me expliqué
su muerte aunque varias veces me contaron
su historia. Hacía frío. Ella estaba como resfriada
y se ahogó con sus propios mocos. Papá
la estaba cuidando. Al verla agitarse la tomó
entre sus brazos y sin saber qué hacer
corrió hacia el hospital. Al llegar estaba muerta.
Por mucho tiempo mis papás
lloraron su muerte -era la primer hija-.
Papá se culpaba. Tiempo después aprendió
el simple ejercicio que desahoga
los pulmones y se entristeció más.
Ella no alcanzó a cumplir el año.
Al nacer yo, ella era nadie pero su fantasma
me hizo sombra. La beba de las imágenes
siempre fue la más hermosa.
Se llamaba Solange de las Nieves, y el blanco
que encendió su rostro
luego cubrió su tumba. Más de una vez la imaginé a mi lado,
fuerte, cálida. Mucho después, ahora en Bahía,
teníamos vecinos con los que -vaya a saber uno por qué-
estábamos peleados: insultos tontos
porque nosotros -que éramos chicos-
jugábamos cerca de su vereda o se nos perdía la pelota
en su patio. No nos hablábamos. Así, una noche
la vecina llegó asustada. En sus brazos tenía al
más pequeño de sus hijos que con la cara violeta
se esforzaba en respirar. Pedía ayuda. Rápido mi papá
tomó el auto y subiéndolos corrió al hospital.
Lo acompañé. En el viaje él iba dando instrucciones
de eso que se llama primeros auxilios. De pronto el niño
vomitó una flema espesa y verde, y comenzó a respirar.
Los dejamos en el hospital. Nuestra vecindad no mejoró
por esto. Las pelotas que caen en su patio siguieron perdiéndose,
y la vecina aún se queja
por los ladridos del perro,
porque pisamos su vereda,
o porque la miramos mal.
Gerónimo Unibaso (1977) dirige el blog: http://www.espacioreal.blogspot.com/
junto a su señora, Lorena Curruhinca, fundaron y administran : http://www.estonoesunarevistaliteraria.blogspot.com/
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