jueves, 4 de noviembre de 2010

FLORENCIA ROCA

Barba de mes
Embeberte a cada respiro, tras la gota, el ojo hinchado, la ojera violácea y el sol leopardino. Puedo conjeturar que hemos sido fieles una noche en que dormimos plácidamente sin que nuestros sexos se roncaran. Vos decís que mi risa tapa todos tus reproches, pero no puedo, más que tomarte el pelo y traerte .Shh. Estas manos heladas no me dejan respiro, estoy calando un invierno de aquellos, y me recordas que es otoño, con tus hojas que crujen, a vos sola se te ocurre. Te ando llevando de acá para allá entre el viento, mas no te importa si tenes el pecho descubierto o tu zapato tiene la suela rota, si vas pateando tus cereales preferidos. Se te amontonan las sonrisas, sos algo de no creer, un bichito azul con antenitas-habría que verte nomas. Y allí estas, del otro lado como si hubieses decidido todo el mundo y a mí. Me distancia este abismo suave, me distancia tenerte a un paso de meñique. Se me embarulla tu perfume como el cuchillo mas afilado y no preveo que juegues con fuego. Ni siquiera se me animan los gritos, que se esconden agazapaditos en el paladar, y ni un cigarrillo puedo. No te veo y te siento como de acá hace cien días.
Con un niño
Un niño me toma de la mano y me saca a bailar, pues lo miro como se extraña una mujer de mi edad que advierte que cada día es más una mujer de su edad. Es de una sonrisa increíble como si le sonriera un león de dentro, como si le estallara una piñata. Me aferra y no soy su madre. Un calor extraño sube desde las cabecitas gachas de los niños, los niños siempre me abrazan, me huelen. De no perderme en las luces o en la música estridente, te miraría, miraría hacia abajo mientras me buscas, me buscas entre la ropa como si mi cintura te quedara chica, o alta. Unos diez minutos o una hora o una noche, yo no he contado el tiempo que me llevó aquel niño a otro mundo, la intergalaxia o la feria; y no puedo abrazarlo porque mis brazos no le llegan y consiste en eso la ternura que le guardo. Es tarde para que un niño me saque del baile, y me lleve a su casa, de la mano, a jugar a los autitos dice. Pero la verdad es que ya no recuerdo a que juegan los niños de su edad
Monamur
Me sangra la nariz cada tanto, debo de rascarla fuerte o quizás hurgar de curioso no sea la mejor idea. Buscando en la nariz aprendí que a veces puedo encontrar y otras, lo que quiero pasa para el otro lado, agujero negro que aspira el moco y lo lleva hacia algún lado, como gargantas, cerebros, pulmones. Y el moco aparte de verde se vuelve imposible e inalcanzable. Nunca conoceré al moco, ni podre besarlo, como uno chupa un caramelo, largo tipo palito. O morderlo, como una uña encarnada del pie. Y si pudiera, como en algún momento, pegarlo debajo de la cama, sería mi abrazo, el último y nostálgico de las despedidas. Tengo una nariz limpia y fresca y el aire pasa intrépido por las cuevas mucosopeludas sólo que ésta vez siento que el dedo se ha frustrado, que mi boca tiene hambre y todo termina con ese final cuasiamargo de la desilusión. Si pudiera cantarte un tango querido verde, si la gente paseara cada vez su perro sin correa y sintiera la felicidad, y el tiempo, no juzgara mis pies por haber pisado aquella baldosa y me hiciera mojarme las medias, para así no menos, sentir que estoy vivo. Debería sentir la culpa por haberme comido el moco y no haberlo guardado para después. Ahora solo espero el respiro, como anhelo cada vez que pienso mirando lejos

Un conejo
Un conejo se pregunta sobre agujeros, acostado en una escalera, anticipa esos dolores que no se explica, en la espalda por ejemplo, en los hombros, el esternón contra la pared, muy fuerte, y además el insaciable agujero que buscan todos los conejos, se pregunta cómo ha de hacer, como se debe cerrar, porqué se ha de abrir. Le asalta una duda, que sentándose al lado la mira de costado y desde arriba, sabe que el sexo del conejo está tibio; de dulzura se llena la duda. Su sexo late y está tibio, su voz es un pequeño maullido, sólo la escuchan los zoológicos que barren la vereda, demasiados cansados de lidiar con las bocas de tormenta, hartos por sobremanera del otoño, que sin duda es más otoño con lluvia. Un conejo piensa. Una mano es el recopilado de filos o nervios, un estertor de cueros fríos. Una mano es una mirada desbocada y ácida. Un conejo que se pregunta sobre agujeros acostado en una escalera. Boca arriba, en blanco. Quizás sea el cuenco por el que su mano se aferra a la mía, y la lluvia pegada a una ventana.

Florencia Roca (Enero, 1990) estudiante de Letras en Mar del Plata.

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