lunes, 13 de junio de 2011

ENFOQUEMOS

EL ENFOQUE COMO ESENCIA DE LO IMAGINARIO

Ciertas creencias antiguas han sostenido a lo largo de los siglos, y hasta hoy, la existencia de un ser superior, a quien le atribuyen la creación del universo, y cada cosa que sucede o deja de suceder en sus confines. Otras, en cambio, aseguran que para regir los complejos e inexplicables fenómenos y sucesos del orbe, es menester que existan varios hacedores. De esta manera, quien domina el trueno y la lluvia, no es el mismo que quien rige las mareas, y éste, a su vez, no se ocupa de cruzar las laberínticas vidas de un hombre y una mujer que sin saber porqué ni cómo, se enamorarán. De modo que, más allá de la distinción entre monoteístas o politeístas, todas estas creencias suponen que todos los acontecimientos de la historia de la humanidad, son digitados, desde algún lugar, por algún ser, cuanto menos… superior.
Así que allí están las divinidades, sorteando premios y castigos a todas las encarnaciones, si se quiere humanas, y a los pueblos; moviendo las fichas sobre el gran tablero terrenal  y (a veces caprichosamente, o quizás para dejar pruebas tangibles de su “existencia”) se divierten jugando a sorprendernos con artificios de imposible explicación racional, modificando el curso normal de los sucesos, de forma que, la interpretación de los mismos solo esté sujeta a la imaginación.
Para ejemplificar esta especie de caprichos del orbe, supongamos que un ojo está mirando un objeto a través del visor de una cámara fotográfica. Como es de suponer, la vista del observador está concentrada en ese ojo, y el otro está cerrado para eludir las limitaciones de independencia ocular que tenemos los humanos. El ojo vigila el objeto en silencio, y los demás sentidos del observador dan una idea a su cerebro del entorno en que se halla el objeto observado. El cerebro del observador devuelve los datos recibidos a través de las fibras nerviosas, que traducirán en acciones concretas lo percibido. Entonces, el observador ajusta la incidencia de la luz sobre el objeto, la nitidez del enfoque, la distancia y el ángulo que le dará el mejor detalle a la imagen. Ahora bien, su dedo índice se apoya suavemente sobre el gatillo y en ese momento, quién sabe por que… nada sucede de acuerdo a lo que uno espera que pase. El observador gatilla, es verdad, pero enigmáticamente es el objeto enfocado el que dispara. Créanme señores si les digo que el objeto dispara. Dispara sensaciones que capta ese ojo, que ve alguna imagen o varias, o escenas de ríos o calles o besos, o historias, o ruinas, o flores, o estrellas, o aquella mujer que soñó alguna vez y que nunca más vio hasta que pudo enfocar con su ojo la esencia inmortal de lo que imaginó.
Créanme señores si les digo que hasta  el día de hoy, hay hombres de las ciencias que pasan su vida estudiando la manera de fotografiar un átomo, e invierten sumas ancestrales en su afán de lograrlo, mientras que aquí, Andrea Testarmata con su dedo en el gatillo, nos muestra lo sencillo que es saltear las leyes de la física y disfrutar de la belleza inexplicable de los paisajes a los que nos llevan las palabras, toda vez que enfoca, con su ojo… la poesía.

Bahía Blanca  |  7 de junio de 2011. Andrés Montenegro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

enfocá tu comentario